Publicado: Domingo, 31 Julio 2022

Cuidar y pensar, dos claves ignacianas

Queridas amigas y amigos:

Estamos en el final de los Aniversarios Ignacianos de más de un año. Durante algo más de un año, desde mayo de 2021, hemos podido volver sobre la vida de San Ignacio de Loyola, para dar gracias y re-conocer con más profundidad un itinerario personal que ha ayudado y ayuda como paradigma personal de transformación, de cambio y de renovación. En Ignacio, desde diferentes perspectivas, recogemos un legado tanto los jesuitas como cualquier persona que se acerque a conocer su espiritualidad. Es un legado que implica dos movimientos: el cuidado y el pensamiento.

El primer legado ignaciano consiste en una espiritualidad del cuidado. Este cuidado orienta todos los sentidos, toda la actividad humana con sus potencialidades y toda su libertad hacia uno mismo, hacia Dios, hacia los demás y hacia el mundo, de forma integradora. Nos evita estar partidos o dispersos.  En cada paso de la obra de Ignacio pretende repasar el día con el corazón (el Examen), contemplar interiormente a Dios (Principio y fundamento y Contemplación para alcanzar amor), caminar entrañablemente con y para los demás (el Reino con el llamamiento de Jesús y Encarnación entre tantas personas) y aceptar y hacer revivir al mundo desde sus entrañas dolorosas y sorprendentes (Cruz y Resurrección). Visto de esta manera, el itinerario de Ignacio es cuidado por Dios, por la propia vida, por la de otros y por el mundo creado. Un cuidado que toca el afecto y que moviliza hacia lo mejor de cada uno. Y un don que engendra vida y consuelo para este mundo inseguro que vivimos.

El segundo legado ignaciano nos lleva al pensamiento activo, es decir, a buscar y asumir las implicaciones que tiene una experiencia en la que se percibe profundamente que Dios ama y opta por la humanidad y por el mundo en Cristo. Esta actividad de reflexionar, deliberar y ponderar se condensa en un verbo ignaciano, reflectir. No basta con ser cuidados por el amor de Dios como algo íntimo y subjetivo, hay que poner energías humanas racionales para desarrollar esa experiencia y ver sus consecuencias en la acción de cada día y en los planes futuros. En el fondo, este pensamiento tan ignaciano es abrirse al coloquio y al diálogo hacia lo que puede ser mejor para la sociedad en su conjunto y para uno mismo en defensa de la vida, del bien, de la verdad, de la belleza y de la justicia.

Por tanto, hemos recibido una herencia que es un modo de estar y actuar que se condensa en esta petición ignaciana en la que, cambiando alguna palabra, pedimos “saber cuidar” tanto bien recibido, para que enteramente “recibido y pensado”, pueda en todo amar y servir. A esto nos llama el recuerdo de los Aniversarios Ignacianos que terminamos ahora para continuar el camino de transformación, cambio y renovación.

Antonio J. España Sánchez SJ

 

 

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